Un libro estremecedor sobre Rumanía

Una mujer polaca, nacida en 1985, se enamora de Bucarest, la capital de Rumanía. Llega a la ciudad en el verano de 2009:

“Hacía un calor infernal cuando llegué aquí por primera vez. La Ciudad, reseca como un palo, cubierta de páramos de hierba amarillenta y tierra gris cuarteada por la sequedad, surcada por pasillos de cemento color ceniza, succionaba cualquier rastro de saliva y de sudor.”

Pasa allí dos años, entre idas y venidas. Aprende rumano. Su amor – que, según se puede ver en el párrafo del principio del libro, no es amor ciego, sino todo lo contrario – crece y se extiende hasta llegar a los rincones más escondidos de la ciudad y de la historia del país. Esta última está plasmada en pequeñas prosas con personajes y hechos históricos – Ceaușescu, el emperador Trajano, los antiguos dacios, la destrucción de un barrio de Bucarest para hacer hueco a la monstruosa Casa del Pueblo soñada por el dictador, el drama de una familia cuyos miembros pasan largos años en cárceles horrorosas por culpas políticas irreales. No falta el humor, pero tampoco la seriedad, el asombro, el rigor documental. Una y otra vez, la autora vuelve al lugar del principio, Bucarest, eje principal de su fascinación por un país que no parece compartir mucho con sus vecinos, a pesar de la geografía y del pasado comunista común: 

“Salgo de casa de Cosmin, por angostos callejones atravieso un pedazo de aldea y me sumerjo en el bullicio de la ciudad. Ante mis ojos se extiende el bulevar Decebal, con altos edificios de estilo barroco oriental al gusto de Ceaușescu, con neones parpadeantes y on ostentoso lujo barato de cafés y restaurantes. En algún lugar entre los revestimientos de madera y de tela y las cintas que cuelgan del techo suele atrincherarse el propietario del establecimiento, con bigote grisáceo, cara gris y jersey turco de color ceniza estampado en negro. Nada es como debería, piensa el hombre rumano, y por eso el café cuesta aquí veinte lei, y la comida que sabe a papel y a algas solo se la puede permitir un puñado de mafiosos y de hombres de negocios. Los establecimientos no llevan nombre rumano y fingen ser un sedoso tejido trasplantado desde Las Vegas en un cuerpo de Bucarest herido, lleno de abscesos y forúnculos. El tejido finge ser seda, porque los rumanos desde tiempos inmemoriales adoran el lujo y sus apariencias. Todo lo que quiere gustar tiene la categoría de select y de lux, aunque los farolillos, las lámparas de araña de plástico y los cubiertos de aluminio delatan que estamos ante una imitación de la riqueza, ante una miseria endomingada.”

Les parecerá duro a algunos lectores rumanos estas palabras de Margo Rejmer, pero a mí me parecen justas, tristes y auténticas. La autora es una reportera sin miedos y sin tapujos, una investigadora aplicada y atenta y una escritora minimalista, directa, cuyo lirismo (que también existe) se manifiesta solamente de vez en cuando, en momentos privilegiados. Rumanía y sobre todo Bucarest obran una especie de hechizo en la vida de Margo Rejmer, pero el hechizo le deja intacto el espíritu crítico y la escritura aguda. Es una combinación rara en los que escriben sobre ciudades y países que no son suyos pues en la mayoría de los casos vence la admiración incondicional, la cortesía que destruye el arte o los lugares comunes. Nada de todo esto en el libro “Bucarest. Polvo y sangre”, un libro estremecedor, uno de los mejores que he leído sobre mi país.

El libro se ha publicado este año en España, por la Editorial La Caja Books, en traducción del polaco de Ernesto Rubio y Agatha Orzeszek. Tiene una versión rumana del 2016, publicada en la Editorial Polirom. En Polonia (2013), el libro ha sido galardonado con el premio TVP Kultura, Newsweek para no ficción y Gryfia Literary de escritoras. 

Se entiende que la idea de aprender rumano, de viajar a Bucarest y de escribir sobre Rumanía cuajó en la universidad. Si el resultado puede ser un libro como éste, entonces cada hora de esfuerzo por entender el pronombre rumano o el uso de las dichosas preposiciones merece la pena con creces.